De Chinauta a Marrakech parte II
(Me encontré esto que tenia escrito por ahí, la parte uno se refundió)
Ya estoy en Tánger, la Melgar con mar. Es hora de pasar la aduana, recoger las maletas y continuar el viaje hacia Marrakech. Mi idea era hospedarme esa noche (eran las 11 de la mañana) en el hotel favorito de los escritores de la generación beat: Jack Kerouac y Allen Ginsberg, y al día siguiente tomar el tren de la tarde hacia el sur. Bueno, al menos esa era la idea.
Mientras desembarcaba del ferry por el castillo de proa, soñaba con alcanzar a divisar en el atracadero unas cuantas goletas o veleros con sus banderas izadas en el pico de la cangreja o, como mínimo, algún buque mercante con marineros vestidos de marineros, es decir, de blanco. Pues no. Ni siquiera desembarqué por el castillo de proa; bajé de ese barco inmundo en una escalera eléctrica cerrada herméticamente que me consignó en un sitio atestado de containeres con la sigla MAERSK escrita en todos sus costados. Solo alcancé a ver un barco de carga británico en el cual sus marineros parecían más obreros de la construcción (con overoles azules y cascos de albañil) que gente de mar. Al parecer Britannia ya no cabalga las olas, las aplasta.
Un poco decepcionado corrí a buscar el bus para poder bajar mi maleta y salir de una vez por todas de ese puerto. Mientras miraba cuál de los quince buses que estaban parqueados al pie del ferry era el mío, me encontré con otro colombiano que me dijo que su bus había salido antes y que había dejado las maletas de los pasajeros botadas por ahí. Me asusté un poco, pero a los dos buses di con el mío y gracias a Alá todavía tenía las maletas dentro.
Según la guía Lonely Planet, “pese a los enormes avances que ha habido en los últimos años. Tánger sigue siendo el hogar de algunos de los timadores y carteristas más hábiles del país.” Del país pero no del mundo, pensé yo. Perro no come perro y si uno ha podido lidiar con vendedores de sanandresito y además viene programado genéticamente con la malicia indígena, difícilmente podrá ser timado por uno de estos amateurs. Cogí el primer taxi que me ofrecieron.
-Al Hotel el-Mouniria, por favor. Dije.
El taxi me cobró cinco euros (una verdadera estafa) y me dejó a las puertas del legendario hotel donde se reunían los escritores malditos de la generación beat norteamericana. A mi me pareció un hotel cualquiera. Sin embargo, según el escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, cuando Allen Ginsberg vio su cuarto treinta y tres años después, dijo: “Nada ha cambiado. El tiempo se paró en aquel lugar donde el recuerdo jamás se aburre. Las lágrimas asomaron en sus ojos”. A mi no se me asomaron las lagrimas, ni se me aceleró el corazón. Solamente a una mente lisérgica y a un enmarihuanado escritor hippie le puede parecer semejante cuchitril algo digno de asombro.
Salí huyendo hacia la estación para tomar el tren de la noche que salé directo para Marrakech. Tánger no me pareció ni mágica, ni mítica, ni siquiera me pareció tan peligrosa como cuenta le leyenda. Ojalá Marrakech me descreste. El viaje en tren dura nueve horas y sale en quince minutos.
5 comentarios:
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Paz/
A ver si hacemos algo
PELAEZ: Destaco su fino humor. Sin duda es un valioso aporte que deben copiar otros blogeros. "Gracias a Alá" es un excelente apunte. Llanero.
Llanero, al fin puse lo del sueco. Cambie unas cosas y le meti otras, chequeelo.
amor
deberías hacer una versión incluyéndome en el viaje que hicimos juntos, jajajja
De todas maneras, el artículo es excelente. Escribes muy bien, tienes un humor impecable. Lo que dice el llanero es verdad
te amo
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