sábado, 12 de mayo de 2007

Leccion de Julio Villanueva Chang sobre la objetividad

Para continuar la discusión sobre la objetividad en el periodismo y demás temas aledaños, cito un pedazo del artìculo Apuntes sobre el oficio de Cronista escrito por Julio Villanueva Chang en la revista Letras Libres.

La objetividad es más para un Premio Nobel de Física que para un cronista. En esta época ya no es posible transmitir conocimiento con sólo dictar información: lo que descubra un autor por sí mismo tiene la ventaja de fijarse más en su memoria y en la de sus lectores. Para ello, un cronista responsable tiene un pacto tácito con un lector: le cuenta una historia construida desde un punto de vista múltiple, incluyendo en mayor o en menor medida el suyo, y el lector supone que va a leer una historia que no es objetiva pero que intenta ser honesta. Si se toma libertades, el lector espera —tácitamente— que el cronista se lo advierta. Un cronista busca convivir más tiempo con la gente y estar presente en situaciones en que puede ser un testigo de cómo cambia alguien ante sus ojos. Busca otros escenarios de entrevista y observación social tratando de reducir un tanto la inevitable teatralidad de cualquier entrevista. Un cronista recuerda también lo que en la práctica diaria del periodismo no es tan obvio: que una persona no es la misma de noche que de día, que no es la misma sola que acompañada, que no es la misma en su ciudad que cuando está de viaje, que tiene épocas de mal humor o de euforia, y, más allá de los hechos, intenta averiguar si fue un accidente o es un patrón de conducta. En suma, un cronista trata a la gente sólo por horas, y suele cuidarse de la tentación de emitir sentencias. Un cronista usa la entrevista como técnica para obtener información, y privilegia la observación social de los fenómenos, y cómo éstos afectan la vida de cierta gente, desde un acontecimiento de masas hasta la intimidad de una subcultura. Un cronista, además, ensaya ideas y explicaciones sobre el mundo retratado en sus textos. Pero más que su oficio de reportero-ensayista-escritor, un cronista es ante todo un lector, y no sólo de sí mismo: para escribir la aparente historia inofensiva de un chimpancé, puede leer docenas de libros y no sólo de primatólogos ni de etología, sino también sobre la risa, y hasta buscar pistas en un archivo judicial.

Las noticias de corrupción conviven sin celos con las crónicas sobre animales: las revistas y los diarios tienen páginas para sumergir a sus autores bajo una retórica de la objetividad, pero también para hacerlos respirar con su voz propia. Hay quienes confunden tener una voz propia con el uso de la primera persona gramatical. En los medios periodísticos de Hispanoamérica, se suele satanizar el uso de la primera persona, excepto si cuentas con la licencia de columnista: "Se trata de fabricar la ilusión de que alguien o algo ajeno al yo del sujeto, y en consecuencia, a sus intereses y opiniones, narra los hechos —explica Arcadi Espada—. Es desde este punto de vista que se proscribe, en la estilística periodística, el uso de la primera persona del singular (excepto cuando esta persona ha alcanzado un estatus divino y entonces ya puede equipararse al Dios objetivo, mayestático y sin alma, que es el narrador habitual del periodismo)". Y añade: "Así es como cada yo queda en su casa y Dios en la de todos". Más allá de dogmas e ironías, Walt Harrington hace una pregunta justa: "¿Es posible que escribir sobre ti mismo siga siendo todavía periodismo?". Alguien dijo que una de las paradojas del gusto de las masas es su amor por lo individual.

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